10 de abril de 2011

Guerra de los imposibles exiliados

El campo abierto de mi infancia se ha vuelto un búnker.
Los pasillos se arremolinan y todos dan a la misma habitación sin salida.
La habitación es triste, y oscura, la más triste y oscura que nunca vi.
En ella haré mis planes de victoria y en ella moriré derrotado.

Cogí fuerzas en la campiña y recogí los frutos salvajes que pude
pero, por hormiga trabajadora que seas, las provisiones no son eternas.
Alimentarme de migajas no me vale, es insuficiente,
y las más hermosas frambuesas no sacian mi voraz apetito.

Focos encima del teatrillo infantil, el que no falla, donde el malo muere.
¿Qué son cien años de afilar una daga si luego podré salir de este búnker?
Salir y correr, dejar atrás esta guerra absurda contra el intercambio,
huir de los valores de la madre impuesta, hacer posibles los exilios imposibles.

Pero, ¿de que me sirve afilar y abrillantar esta hoja durante mil años?
¿Para que si el futuro no hace más que correr con una cuerda atada a mi cuello?
Me ofrezco voluntario para soluciones finales, ridículas y absurdas.
Soluciones idiotas que conseguirán acabar con la llamada guerra de los imposibles exiliados.

Unámonos todos, como buenos imposibles, levantémonos y huyamos como cobardes que somos.
¿Acaso no hay derecho a salirse de los términos? Busquemos caminos no asfaltados,
que por no asfaltados no han de ser pedregales repletos de agonía.
Última llamada para los imposibles exiliados, la daga está lista y a punto de zarpar.