7 de junio de 2011

El karma como respuesta

Con el karma como única respuesta posible
casi no puedo ni recordar la pregunta.
Me resigno a la impotencia universal,
a una moral que yo invento y no digiero.

Con el karma como exclusiva solución plausible
el raciocinio se congela de inmediato,
los recursos siempre usados, siempre amados,
son reliquias de un pasado, añoranzas del futuro.

La miel no se acercó ni a la boca
y las cenizas se acumularon en el pecho.
Ecos de otro tiempo, tan distante como olvidado,
gritos de derrota que rebotan en un craneo vacío.

Con el karma como única alternativa contemplada
el mundo toma un giro de lo más imprevisto.
El sistema de pensamiento se contiene y aguanta
pero en algún punto de su existencia se desmorona fatalmente.

Con el karma como réplica a los olores,
ese compañero de viaje que días atrás regalaba sonrisas,
el ejercito de la naturaleza se retira con cabeza gacha.
Aun no se cree como perdió tan bonita batalla,
una voluntad tan resuelta.

Y a modo de anexo, los ecos son menos ruidosos que en su tiempo,
el futuro, que digo futuro, el presente se encuentra a la vuelta de la esquina.
La camisa que me lavaste, me viene pequeña.
La víbora abstracta que me amenaza
ni siquiera sospecha la tendencia de su karma.

5 de junio de 2011

Sin destino, sin camino

Me cambio de camisa como el que se cambia de zapatos.
Me desnudo entre molinos, estado de espera indefinido.
Luego, con prisa y llegando tarde, me visto de nuevo.
¿Cuánto dura un sin sentido si no he comprado mi boleto?
De salida a no se donde, mucho menos de llegada.

A la intemperie cuelgan mis pasiones.
Los demonios tratan de volver mientras yo
los mantengos lejos, apagando mi imaginación.
Imaginación que vuela si no estás a mi lado tu,
dulce píldora del presente, salud vestida
de presidencia y de locura.

Ahora me visto por unos días, sin saber si durará,
esperando remesas de verano, esperando remesas de fantasía.
Me tengo en pie sin saber bien como pero,
lo que es seguro, es que tengo encarrilada la batalla.

10 de abril de 2011

Guerra de los imposibles exiliados

El campo abierto de mi infancia se ha vuelto un búnker.
Los pasillos se arremolinan y todos dan a la misma habitación sin salida.
La habitación es triste, y oscura, la más triste y oscura que nunca vi.
En ella haré mis planes de victoria y en ella moriré derrotado.

Cogí fuerzas en la campiña y recogí los frutos salvajes que pude
pero, por hormiga trabajadora que seas, las provisiones no son eternas.
Alimentarme de migajas no me vale, es insuficiente,
y las más hermosas frambuesas no sacian mi voraz apetito.

Focos encima del teatrillo infantil, el que no falla, donde el malo muere.
¿Qué son cien años de afilar una daga si luego podré salir de este búnker?
Salir y correr, dejar atrás esta guerra absurda contra el intercambio,
huir de los valores de la madre impuesta, hacer posibles los exilios imposibles.

Pero, ¿de que me sirve afilar y abrillantar esta hoja durante mil años?
¿Para que si el futuro no hace más que correr con una cuerda atada a mi cuello?
Me ofrezco voluntario para soluciones finales, ridículas y absurdas.
Soluciones idiotas que conseguirán acabar con la llamada guerra de los imposibles exiliados.

Unámonos todos, como buenos imposibles, levantémonos y huyamos como cobardes que somos.
¿Acaso no hay derecho a salirse de los términos? Busquemos caminos no asfaltados,
que por no asfaltados no han de ser pedregales repletos de agonía.
Última llamada para los imposibles exiliados, la daga está lista y a punto de zarpar.

16 de marzo de 2011

El juego de la providencia

Los días pasan y mis pensamientos se trasladan sin rumbo,
desde el más mundano de los hechos diarios
hasta la más trascendental de las ideas eternas.
Bebo e ingiero cuando casualmente llueve por los lugares que frecuento
sin importarme lo más mínimo mi caprichosa voluntad ni el camino que llevo.

Disfruto parones y arrancadas por igual,
la serpiente cabalgante me tiene a su merced.
Yo me alegro, porque puedo, porque tengo mi puente de madera,
porque hace años que semanalmente cuido sus trabajados cimientos
y, de una forma u otra, eso me permite respirar, tras siglos de hiperventilación.

El letargo ya no dura ni más ni menos de lo que debe,
me agarro a toda causa final sin pensar siquiera intervenir.
¿Para qué? Los dioses mueren por inmortales que sean,
y yo ando a lomos de su infinita y voluble providencia.
La providencia es, ahora mismo, un juego en el que siempre gano.

Victorioso me he levantado otras veces, tras profundas luchas,
pero ahora lo hago porque me se las reglas, porque domino la partida,
porque no hay quien me pare y porque yo me inventé como jugar.
Y esos dioses que me manejan a su antojo, según su providencia,
ciertamente yo los creé, y en mi poder está que mueran, por inmortales que sean.

23 de febrero de 2011

Como un Sísifo de piedra

Sin dotes de excelencia me acerco al que creo es mi destino.
Hace tiempo que dejé las luchas y aburguesé mis pretensiones.

La pasividad se instala en mi intestino,
que parece saber más que yo de la vida.
Y ante mi futuro me quedo inmóvil,
sabiendo de la inutilidad de mi trabajo.
Me vuelvo un Sísifo convertido en piedra.

Si los hechos no fueran malditos,
si mi condena no tuviera como punto de inicio
la tragedia de mi sino estúpido y adolescente,
si mi cabeza tuviera la capacidad de aprendizaje de mi niñez,
todo lo que cuento no sería más que palabra pasajera,
no sería más que pensamiento vano y divertido.

Pero las experiencias cada vez pesan más, se atragantan.
Por eso mi estómago ruge, como protesta por mi no saber hacer.

3 de febrero de 2011

Dime que haces y te diré quien eres

¿Qué debo hacer en este río sin destino?
Navego y navego y no llego a ningún lado.
No hay paradas, no hay puertos, no hay aldeas,
me aburro como farola de madrugada.
A veces ni siquiera me tengo a mi mismo.

Pero unos días, cuando sueño, cuando siento,
me despierto y me invento una vida,
me invento que hago cosas, que soy feliz.
En el fondo se que son solo eso, invenciones,
y que mi vida está más vacía que un tarro de galletas tras un desayuno infantil.

Pero entonces, cuando no hay más remedio,
cuando decido que mi voluntad puede con todo,
que el peor de los males no existe si no lo veo,
me digo que yo soy lo que hago, lo que digo,
que si yo me invento de tal forma, de esa forma seré.

28 de enero de 2011

El roce de vidas imposibles

Después de reposar en los paraísos más cercanos,
tras alejarme de los infiernos en que me veo inmerso,
los estímulos se acrecentan, me alentan la pelvis
y me dan motivos para creer que toda vida es posible.

Es cuando pruebo un poco de esa vida imposible,
una vida que me facilitan los más ruines,
los más despiadados amantes,
solo entonces, es cuando me pregunto,

¿dónde está la genialidad sino en ver cosas que no existen?
Con mis nuevos, inexpertos y suaves ojos,
aun no raspados por la amargura, la codicia y la pereza
te compraré una vida que puedas disfrutar,
una vida que aun no existe (ni existirá),
un camino que me inventaré sobre la marcha.

9 de enero de 2011

De exilios imposibles

¿Por qué me echas tu que me diste de beber?
Me amamantaste con locura y ahora me amontonas
en la pila de cadáveres de aquellos que no te importan.
¿Cómo no lo hacemos si somos tu razón de ser?

En nosotros se basa toda tu fuerza y reputación
por más que la uses en nuestra contra, a tu favor.
Nos maltratas, nos acomplejas y nos ignoras;
nosotros nos quejamos pero te otorgamos la razón.

Un respiro en forma de libertad es lo que pido;
un espacio donde la vida sea vida y no burocracia;
un rinconcito donde disfrute de mi mismo y de los míos;
un lugar donde ni te importe ni me importes.

Víbora pensante

Sin esperanza te presentas con regalos del futuro
me devuelves falsedades y te cargas mis rutinas.
Penetras mis entrañas como agua tras rutina
para revolver mis intestinos y hacerme vomitar.

Si los chicos fuertes no lloran no se que haces conmigo.
Volverás a mi pensamiento cada vez que me arrepienta,
cada vez que el sentido se desvanezca en la penumbra
y siempre que te llore cuando el techo se me coma.

Me confundes con ese disfraz de víbora pensante,
no me dejas más opción que aceptar la picadura.
Hablando del pasado y del futuro en un contexto difuso
el mal sabor se acomoda en el presente y perdemos la partida.

Lo que pasa al final es que no te llamo porque me asustas
y que no te abrazo porque se que me amas, a pesar de querer.
Si no te atrevias, ¿por qué te atreviste?
Si no me querías, ¿por qué me quisiste?